El sonido a través del comunicador era un imán irresistible, un vórtice de deseo que atraía cada fibra de su ser. Isabella dejó el dispositivo suavemente sobre el cambiador, junto a un ya dormido Elías León. Los otros dos trillizos descansaban plácidamente, ajenos a la tormenta sensual que rugía en otra parte de la casa.
Su corazón era un tambor de guerra contra sus costillas. Cada gemido ahogado, cada jadeo áspero, cada susurro cargado de promesas que llegaba desde ese pequeño altavoz, encendía un fuego más profundo dentro de ella. Sabía lo que hacían. Sabía que era una invitación, una provocación calculada, una respuesta magistral a su propio juego.
Y quería unirse a ellos. Dios, cómo quería. Pero el juego lo había comenzado ella. Y ahora ellos habían subido la apuesta. Abrir esa puerta de par en par y lanzarse sobre ellos sería rendirse. Sería ceder el control que tan deliberadamente había cultivado.
No. Esto era una partida de ajedrez erótica. Y ella no iba a dar un jaque mate tan