El frágil silencio entre Owen e Isabella se rompió con un suave golpe en la puerta. Jacob entró, seguido de una enfermera sonriente que empujaba un carrito transparente con tres pequeños fardos envueltos en mantas suaves. El corazón de Isabella dio un vuelco.
— Bella... Owen... aquí están. Nuestros guerreros.—dijo Jacob con la Voz temblorosa de emoción, ojos brillantes
Los tres bebés, diminutos y perfectos, dormían plácidamente. Uno, la niña, hacía un leve movimiento con su boquita. Los gemelos varones parecían esculpidos en porcelana. Owen se levantó de un salto, su cansancio olvidado por un instante, acercándose al carrito con Jacob. Ambos hombres miraron a los recién llegados con una mezcla de asombro reverencial y pánico absoluto.
La enfermera, una mujer de mediana edad con ojos bondadosos y manos expertas, se dirigió a Isabella.
La enfermera calmada y profesional
—Buenas mamá. ¿Cómo se siente? Aquí tiene a sus tres tesoros. Antes de que intenten ponerse manos a la obra estos caba