Federico
El cuerpo de Clara sigue enredado con el mío, tibio, sereno. Su respiración acompasada contra mi cuello debería tranquilizarme, pero solo me hace sentir más inquieto. No puedo dormir.
Nada más llegamos de la mansión fuimos un enredo de cuerpo y desenfreno y aunque fui yo el que le propuso descansar antes de que tenga que ir a la cena, no lo consigo.
Y no es solo por el encuentro con el viejo. Es por todo.
La observo dormir durante un rato, con la mano pequeña sobre mi pecho y el cabello revuelto en la almohada. No entiendo en qué momento esta mujer se volvió mi lugar seguro. No sé cómo alguien que antes me detestaba ahora me conoce mejor que yo mismo.
Suspira y se mueve un poco. Mis dedos la acarician por inercia.
—No estás durmiendo —murmura de pronto, con los ojos cerrados.
—No puedo.—le contesto sin dejar de mirarla.
Es hermosa.
Ella abre los ojos. Me estudia.
—No tienes que ir si no quieres.
Un bufido sale de mi y sigo acariciando su espalda.
—Claro que tengo que ir, Clar