Mundo ficciónIniciar sesiónÉl la cargó desde la recepción hasta su suite en el último piso del hotel Maruma, el más lujoso de la ciudad, con una vista que dominaba la piscina iluminada.
Desde que habían entrado al ascensor, sus labios no se habían separado. Al llegar, la depositó en la cama y comenzó a despojarse del saco y la camisa, dejando que ella se deleitara con sus pectorales apenas salpicados por un rastro de vello, su abdomen definido y esos brazos fuertes, masculinos, que le despertaban un deseo voraz. Lluvia quería que la abrazara… y la poseyera.
—Quítate la ropa —le pidió él, subiendo a la cama con ella. Quería observarla, tocarla, saborearla… y ella no perdió la oportunidad.
Tal vez era el alcohol, pero la vergüenza parecía haberse evaporado. Con movimientos torpes, se quitó la blusa; no llevaba sujetador, y sus senos firmes quedaron al descubierto como dos melones bronceados que Mario contempló con hambre.
—¿Te gusta? —preguntó ella con una sonrisa mareada, acercándose para besarlo y morderle el labio con coquetería—. Vamos… tómame.
—¿Estás segura? —preguntó él, aunque por dentro ardía por ella.
—¡Hazlo! O… ¿me dirás que también te gustan los hombres como a José?
—¿José? —frunció el ceño—. ¿Quién es ese?
—Mi prometido. No hablemos de esa basura. Hoy… solo estamos nosotros.
—¿Tu prometido se acuesta con hombres? —Mario no lograba entender cómo alguien podría rechazarla, incluso siendo gay—. Así que esto es una venganza…
La tomó de la cintura y la atrajo contra su cuerpo, tan cerca que ni el aire podía pasar entre ambos. Besó su cuello mientras su mano recorría la línea de su espalda y se deslizaba hasta su nalga, apretándola con fuerza. El gemido que escapó de ella encendió algo primitivo en él, un bulto palpitante que el pantalón de su traje no podía ocultar.
—Ya no es mi prometido… es solo mi pasado —susurró ella.
—No seas tan drástica… quizá hasta te proponga un trío —bromeó en su oído, mordiéndole suavemente el lóbulo. Era una provocación, pero también un recordatorio para sí mismo: Lluvia no era suya, por mucho que deseara lo contrario.
Sus labios reclamaron de nuevo la boca de ella con hambre, mientras sus manos moldeaban y masajeaban sus senos. Luego, su atención descendió hasta sus pechos, besándolos con lentitud hasta atrapar uno de sus pezones entre sus labios. La miró antes de lamerlo, logrando que ella se arqueara de placer.
Él dejo de besarla en la boca para mudarse a sus pechos, los beso con delicadeza hasta llegar a la punta del pezón, la miro de reojo antes de llevárselo a la boca y justo ahí lo lamió causando que toda ella se arqueara de placer.
—No seas tonto… el sexo se supone es sagrado, al menos en la cultura de mi padre —dijo con la voz entrecortada.
—Es curioso que digas eso… mientras estás a punto de hacerlo conmigo. —La sonrisa torcida de Mario contrastaba con la calidez de su lengua acariciando sus pezones—. Tómalo como un empate: ya los dos habrán follado con alguien más, y luego podrán volver a follar entre ustedes.
La sensación de su barba contra la piel sensible de Lluvia la estaba volviendo loca, y la humedad entre sus muslos aumentaba.
—Nunca hemos estado juntos —confesó de pronto, aferrándolo del rostro para besarlo con urgencia—. Soy virgen.
Las palabras lo dejaron inmóvil. Se separó un poco para mirarla, intentando leer si era una broma. No lo parecía: ahí estaba, una mujer joven, inexperta… y borracha.
—¿Qué edad tienes? —preguntó.
—Veinticinco.
—Vaya… pareces mayor, más… mujer —murmuró él, antes de apartarse y buscar su camisa en el suelo—. Será mejor que paremos.
—¿Por qué? ¿Qué edad tienes tú?
—Cuarenta —contestó buscando su ropa en el suelo.
La confusión golpeó a Lluvia tan fuerte en forma de un repentino dolor de cabeza que la hizo gemir.
—¿Estás bien? —Él se acercó, notando por primera vez una herida en su cabeza. La sangre estaba seca, pero ahí estaba la marca.
—¿Qué te pasó? ¿Te golpeó alguien?
—No… fue un accidente… José…
—¿Él te golpeó? —La furia le tensó los hombros. Si supiera dónde vivía ese cabrón, ya estaría buscándolo.
—Estoy bien… solo necesito un baño.
Intentó levantarse, pero las piernas no le respondieron y volvió a caer sobre el colchón.
—Estás muy borracha —dijo Mario, acercándose para ayudarla. Ella aprovechó para rodearlo con sus brazos.
—¿No te prende eso? —preguntó con una sonrisa traviesa.
Al principio, Lluvia había despertado en él un deseo intenso, casi incontrolable. Pero ahora, viendo la situación con claridad, la razón había regresado. No podía tenerla… no así.
—Te llevaré a la bañera —decidió, alzándola con facilidad. Caminó hasta el baño de la suite y la depositó dentro de la bañera vacía.
—¿Te bañarás conmigo? —bromeó ella con una sonrisa atolondrada.
—Será mejor que tú te encargues sola de esto. Quítate la ropa y… si necesitas ayuda, estaré afuera —respondió él, arrodillado a la altura de la bañera. Acarició su rostro con suavidad y dejó un beso en su mejilla antes de salir.
Pasaron varios minutos mientras revisaba su celular, asegurándose de que todos los detalles de su vuelo de regreso estuvieran listos. Cuando terminó, golpeó la puerta del baño.
—¿Lluvia? —llamó. Sin respuesta.
Una punzada de preocupación le atravesó el pecho. ¿Se habría desmayado? ¿Ahogado?
Empujó la puerta con decisión.
—¡Lluvia! —exclamó.
Allí estaba ella, dormida dentro de la bañera… sin siquiera haber abierto el agua. La imagen lo enterneció. Tomó una toalla y cubrió su pecho desnudo antes de alzarla en brazos para llevarla a la cama.
Mientras la acomodaba entre las sábanas, se sorprendió pensando:
«¿Y si me quedara un día más… pasaría algo?».
La idea lo inquietó. Lluvia tenía su vida, un mundo en el que él no encajaba. Recordó lo que le había dicho en el bar: “No soy un príncipe encantador”.
Ella se movió en sueños, arrugando la nariz con un gesto infantil, y él no pudo evitar sonreír. Era hermosa. Demasiado.
Tomó el teléfono y marcó el número de su secretaria.
—Necesito que adelantes mi vuelo a Madrid. Lo antes posible. Ya terminé mi trabajo aquí. Quedarme… no es conveniente.
—Entiendo, señor Casablanca —respondió la voz al otro lado.
Colgó sin más.
La verdad era que no confiaba en sí mismo. Si la veía despertar sobria y ella le pedía que la tomara, no podría resistirse. Y ese era el problema: Lluvia creía que su primera vez debía ser con el hombre con el que pasaría el resto de su vida. Y Mario… no era de los que se comprometían.
Mario se quedó un instante junto a la cama, observando cómo Lluvia dormía profundamente, con el cabello extendido sobre la almohada como una mancha oscura contra las sábanas blancas. En ese momento, se preguntó si ella soñaría con él… o con el hombre al que estaba destinada.
Caminó hasta la mesa, tomó sus llaves y las giró en su dedo, como si prolongar el gesto pudiera retrasar lo inevitable.
La miró una última vez. No era de los hombres que dudaban, pero esa mujer le había sembrado una inquietud que no estaba dispuesto a regar.
Con pasos silenciosos cruzó la habitación. Antes de salir, dejó una botella de agua y un pequeño sobre con un analgésico sobre la mesa de noche.
Abrió la puerta, y el aire fresco del pasillo lo golpeó. Sintió un nudo en el pecho, pero no se permitió mirarla de nuevo.
Al llegar al ascensor, pulsó el botón y esperó. Las puertas se cerraron frente a él con un suave sonido metálico, sellando también su decisión.
Cuando el ascensor comenzó a descender, sacó el celular y confirmó con su secretaria la hora del nuevo vuelo.
Afuera, la noche lo recibió con las luces de la ciudad reflejándose en el asfalto húmedo. Mario subió al coche y, mientras se alejaba, alzó la vista hacia el último piso del hotel.
Detrás de esas ventanas, ella seguía durmiendo… sin saber que él ya no estaba.







