Al salir del ascensor, todo parecía turbio y borroso. La impotencia gobernaba su mirada mientras, con paso decidido, cruzaba la recepción del lujoso edificio y salía por la puerta con la cabeza en alto. Ni siquiera se molestó en despedirse del administrador; solo subió a su coche y condujo por las calles de Maracaibo bajo el férreo sol de la tarde.No tenía un rumbo en mente, pero ir a la casa de sus padres no era una opción. No quería ver a nadie, no quería que nadie le preguntara nada… porque sabía que, si lo hacían, lo revelaría todo. Le diría al mundo el farsante que había tenido como pareja durante un año entero.Al pensar en el tiempo que habían compartido, se rompió. Destrozada, con lágrimas de luto, aparcó el coche bajo la sombra de un frondoso árbol y empezó a maldecir, encerrada, con las ventanas subidas, para que nadie oyera sus alaridos de leona herida.No supo cuánto tiempo estuvo así, pero el sol ya se había retirado, dando paso al crepúsculo que aguardaba la llegada de
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