La colisión inevitable

Capítulo 30

El reloj marcaba las seis y treinta cuando Magnus salió de la oficina, este llevaba el ceño fruncido y una tensión imposible de ocultar. No entendía qué demonios le pasaba a Roma con esos repentinos cambios de humor. Primero, lo miraba como si pudiera leerle el alma, pero luego lo trataba con una frialdad casi glacial. Luego de eso lo echaba de su oficina como si fuera un empleado más o como si entre ellos no pasará absolutamente nada.

Roma lo desconcertaba y bastante. Siempre lo había hecho. Él apoyó ambas manos sobre el volante de su coche por un segundo antes de encenderlo y vio su reflejo en el espejo retrovisor. Este mostraba a un hombre con la mandíbula tensa, además de los ojos fijos en algo que no estaba ahí y entonces, inevitablemente, pensó en la llamada que había tenido antes de ese momento. Esa maldita llamada, con el mismo número y la misma voz al otro lado. Cada vez que sonaba su teléfono siempre era con el mismo propósito: recordarle algo que él no quería r
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