Capítulo 14
El salón todavía resplandecía con las luces de araña, aunque la música se había vuelto más lenta y los invitados comenzaban a dispersarse entre murmullos, copas vacías y risas apagadas. Roma se mantenía erguida en su papel de mujer distante, con los labios pintados en un rojo perfecto que ocultaba cualquier grieta de debilidad. Había soportado horas de miradas, conversaciones y sonrisas falsas, pero lo que verdaderamente la había perturbado toda la noche era la forma en que Magnus no apartaba los ojos de ella.
Lo sentía incluso cuando fingía no mirarlo, cuando desviaba la vista hacia un grupo de damas adornadas con joyas o simplemente cuando estaba sola. Estaba allí, siempre, como un peso en su espalda, como una sombra que no se podía ignorar.
Magnus, de pie al otro extremo del salón junto a su familia, irradiaba una fuerza silenciosa. No sonreía, no buscaba excusas para acercarse. Simplemente la observaba, con esa calma depredadora que decía más que mil palabras. Roma pe