Ausencias

Abrí los ojos con la cara hundida en la almohada y el cuerpo pesado, envuelto en un calor que no era solo el de las sábanas. Tardé unos segundos en entender de quién era el brazo que me rodeaba la cintura, con la mano reposando justo en mi pecho. Giré despacio y casi se me escapó un grito.

¿Kevin?

No podía creerlo, pero estaba allí, dormido a mis espaldas, pegadito a mí.

Todos los colores se me subieron al rostro en cuanto los recuerdos de la noche anterior me golpearon como una ola. Tragué saliva con cuidado, temiendo que ese simple movimiento pudiera despertarlo. No estaba lista para verlo a los ojos, en pleno uso de sus facultades.

Moví su brazo y me incorporé casi arrastrándome. Lo observé incrédula, todavía procesando cada imagen candente que cruzaba mi mente.

¡Qué demonios!

Ese pinche güerito hasta dormido es lindo.

La tentación me ganó: alcancé el celular para tomarle una foto, pero bastó encender la pantalla para distraerme. El reloj marcaba las siete.

¿Por qué Iván no vino a
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