—Feli…
—Shh…
Su mano liberó el tallo y migró hasta mi mejilla. No hubo otra palabra, pero lo dijo todo. Sin soltar la rosa, rodeé su cintura hasta que el calor de su cuerpo se fundió con el mío. Felicia se aferró a mi cuello y rozó mi oído con su aliento.
—Bórralo… —susurró.
Mi pecho se agitó.
—Borra de mi piel el recuerdo de sus manos.
Tomó mi mano libre y la guio despacio por su muslo, subiendo por la curva de su cintura hasta dejarla en su pecho. Allí presionó más fuerte, como si quisiera que mi huella borrara la de otro. Y sí, mi pantalón ya no podía ocultar lo obvio.
—Borra los asquerosos labios de Dante.
Su boca casi tocaba la mía al decirlo. El recuerdo de ese cabrón sobre ella me encendió la sangre con rabia. Fue suficiente: la apreté contra mí, la cargué sobre mis caderas. Una risita se le escapó justo antes de que me apropiara de sus labios con toda la furia contenida. El peso de su cuerpo en mis brazos encendía una certeza brutal: no la soltaría jamás.
Avancé a cieg