Un castigo

LOIS

Había llegado temprano, demasiado temprano, con el corazón latiendo como un tambor de guerra en mi pecho. Mis pies pisaban la hierba húmeda con cuidado, pero cada paso era un recordatorio de la sesión anterior: moretones en las costillas, músculos que protestaban con un ardor sordo. No importaba. El duelo se acercaba como una sombra inevitable, y yo no podía permitirme ser la Omega frágil que todos esperaban que fuera. No por mí. Por ellos. Por Emmanuel y Ezequiel.

Zane ya estaba allí, de pie junto a la orilla, su silueta recortada contra el flujo del río. Me vio llegar y alzó una ceja, cruzando los brazos sobre el pecho. No sonreía, pero había algo en sus ojos oscuros que me hacía sentir... vista. No como una Omega, sino como una igual.

—Llegas temprano —dijo, su voz grave y ronca, como el rumor de las piedras bajo el agua—. Bien. Eso significa que estás comprometida. O desesperada.

Me detuve a unos pasos de él, quitándome la camiseta ligera que llevaba sobre los leggings. El ai
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