Fui un poco tímida al asomar mi cabeza a través de su puerta.
Apenas entré, noté que él se sorprendió al verme. Tenía la camisa con tres botones desabrochados, la chaqueta puesta sobre la silla. Su cabello estaba totalmente revuelto y entre sus dedos sostenía un cigarrillo.
Sintiéndome valiente y aprovechando el factor sorpresa, caminé hacia él en un vaivén lento de caderas. Sus ojos brillaron en un intenso rojo, mostrándose afectado. Me miró con deseo, incluso cuando intentó luchar contra sus propios sentimientos.
Estaba enfadado, pero me deseaba. Eso me dio la valentía suficiente para acercarme más a él.
En un gesto atrevido, le arrebaté el cigarrillo de sus dedos y le di una calada, con movimientos expertos. Había extrañado un poco la sensación del humo, el efecto inmediato de calma que podía generar.
—No sabía que fumabas —su voz sonó ronca y excitante.
—No lo hago —guiñé un ojo en complicidad.
Era un pequeño secretito que podíamos ocultar con facilidad. No lo hacía muy seguido, p