El viaje fue lento y tedioso. Los minutos se sintieron como horas, mientras que las horas se sintieron como días. No podía negar que darles dispositivos móviles a los mocosos ayudó a hacer el viaje más ameno.
Solo se veía bosque y bosque por doquier. Tuvimos que hacer un montón de paradas. Algunas para ir al baño y otra más para cenar los sándwiches que Justin se había encargado de hacer. Y un par más para que los chicos estiraran las piernas.
Después de la cena, los niños escogieron entre las chucherías lo que más se les antojaba, felices. Algo tan simple como una golosina se convirtió en un lujo para ellos. Sentí un poco de tristeza al verlos emocionarse por algo tan pequeño y trivial. Me prometí que haría hasta lo imposible porque ellos tuvieran todo lo que necesitaran. Y que incluso tuvieran un poco más que eso. Porque se lo merecían.
Así fue como pasamos la noche entera en la carretera y gran parte del día siguiente.
Así fue como Donovan me confesó que casi nunca dormía, pero por