CAPITULO 41

El primer disparo había sido como un relámpago en un cielo sin nubes. Lo que siguió fue tormenta pura.

El cañón se llenó de humo y gritos. Las balas rebotaban contra las rocas, lanzando fragmentos que cortaban la piel como cuchillas. Los hombres de la milicia corrían en todas direcciones, algunos buscando cobertura, otros disparando a ciegas hacia las alturas.

Eva arrastró a Marina detrás de un muro de piedra derrumbada. La carpeta seguía contra su pecho, empapada de sudor. Podía sentir su peso como una maldición.

—¡Agáchate! —le gritó, cubriéndola mientras una ráfaga destrozaba la tierra a centímetros de sus pies.

Luca apareció segundos después, disparando con precisión hacia una de las crestas.

—¡Nos rodearon! ¡El Contador sabía exactamente dónde estábamos!

Eva no necesitaba que se lo dijera. Ya lo sabía. Desde la primera vez que escuchó la risa del enemigo, supo que nunca habían estado seguros.

Santiago llegó cojeando, con el rifle en la mano y el rostro desencajado.

—Vi a dos de l
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