CAPITULO 24

La camioneta se detuvo en un descampado a las afueras de Santa Esperanza. Briggs apagó el motor y quedó en silencio, escuchando el propio eco de su respiración. Nadie habló durante varios segundos; todos necesitaban recuperar el aire después de la emboscada en el puente.

Eva fue la primera en romper el silencio.

—Marina, necesitamos que confíes en nosotros. Es la única forma de detener esto.

La joven levantó la cabeza lentamente. Su rostro estaba pálido, los ojos enrojecidos por el llanto.

—No entienden… si hablo, no solo me matarán a mí. Irán por todos los que alguna vez me ayudaron.

Luca, sentado frente a ella, se inclinó hacia adelante. Su voz fue firme, pero no agresiva.

—Ya van por ti, Marina. ¿O crees que esos hombres en el puente estaban jugando?

Marina cerró los ojos, como si esa verdad le pesara demasiado. Finalmente, murmuró:

—Mi hermano… no siempre fue “V-17”. Antes de todo, era un hombre común. Pero hace cinco años desapareció durante meses. Cuando regresó, era otro. Decía
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