Briggs desapareció unos minutos en una habitación lateral y regresó con una caja metálica desgastada. La colocó sobre la mesa con un golpe seco, como si pesara más por lo que contenía que por el metal mismo.
—Aquí guardo copias de reportes, notas de deudas, nombres de corredores —explicó mientras abría la caja y dejaba a la vista varios cuadernos y sobres amarillentos—. La mayoría no vale nada, a menos que se crucen con la gente adecuada. Pero si saben leer entre líneas, verán la magnitud del monstruo.
Eva se inclinó sobre la mesa, con el celular listo para fotografiar. Luca la detuvo con un gesto de la mano.
—Déjalo. Primero escuchemos.
Briggs encendió un cigarro y tomó uno de los cuadernos. Lo abrió en una página marcada con una cinta roja.
—Miren esto. Apuestas por peleas de gallos, carreras de caballos, peleas clandestinas… todo apuntado con iniciales y números. Nadie lo diría, pero este pueblo se convirtió en un nido de ratas. Y lo peor es que todos lo saben y miran hacia otro la