La mañana siguiente a su regreso de Houston, Eva aún sentía la tensión en su cuerpo. No había podido dormir bien, recordando el auto oscuro que los había seguido, las luces rojas en el retrovisor, la sensación de que el peligro respiraba en su nuca. Aun así, no estaba dispuesta a detenerse. Si algo había aprendido en su carrera como periodista era que la verdad siempre exigía sacrificios.
Luca, en cambio, parecía más sereno, aunque sus movimientos delataban un estado de alerta constante. Revisaba la seguridad del rancho como si esperara que en cualquier momento apareciera un intruso. Eva lo observaba de lejos, consciente de que su instinto protector la rodeaba como una jaula invisible.
Pero esa noche tendrían que salir otra vez.
—Hay una fiesta benéfica en Houston —le explicó Luca, apoyado contra la baranda del porche—. La organiza la familia Stetson, los ganaderos más influyentes de Texas. Estoy seguro de que “Martínez” va a estar allí.
Eva arqueó una ceja, sorprendida.
—¿Me estás in