Capítulo — Gritos en el pasillo
(Punto de vista: Sofía Rojas)
El pasillo del hospital era un hormiguero de voces, pasos y murmullos, pero en mi pecho el sonido era uno solo: el golpe desbocado de mi corazón, ese tambor sordo que no entiende de turnos ni de relojes y que, aun así, se empeña en marcarme el compás del miedo. Las luces frías, el olor a antiséptico, el chillido lejano de una camilla que gira la esquina… todo era una película sin pausa y yo estaba atrapada adentro con las manos vacías.
Los enfermeros acababan de salir a avisar que Lili seguía en quirófano. Le habían evacuado el coágulo, había resistido el primer embate, y ahora el equipo ortopédico trabajaba para reconstruirle la pierna con clavos de acero; la clavícula estaba rota y un brazo presentaba una fractura que, dijeron, “no comprometía función”, pero el consuelo sonó hueco, como si lo hubieran dicho para la sala de espera y no para nosotros. Esperanza y tortura en la misma bandeja. Cada minuto, una moneda ardiendo