Capítulo 61 — El futuro también se puede ver
El pasillo del laboratorio olía a café recién hecho y a limpieza reciente.
Sofía llevaba la carpeta roja bajo el brazo, como si en ese cartapacio estuviera sosteniendo el futuro de su hijo.
La había revisado cinco veces esa mañana, asegurándose de que cada estudio estuviera en orden: ecografías, análisis genéticos, resonancias oculares fetales… nada podía faltar.
Ese día no era uno más.
Ese día conocería al doctor Hale.
—¿Lista? —preguntó Federico Klein desde la puerta de la sala de reuniones.
Ella asintió, con una calma que solo engañaba a quien no la conociera. Klein sí lo sabía.
Smith, su mentor y supervisor del laboratorio, ya estaba adentro, revisando papeles con la precisión quirúrgica que lo caracterizaba.
Entonces, la puerta se abrió.
El doctor Stephen Hale entró con paso seguro, un maletín en la mano y una sonrisa amplia.
Hombre de unos cincuenta años, cabello plateado, acento extranjero y mirada directa. Vestía sobrio, pero su sol