CAPÍTULO — CUANDO EL AMOR TAMBIÉN ES GUERRA (La reunión)
La sala principal del Grupo Castell estaba preparada como para una batalla que todavía nadie había declarado en voz alta, pero que todos sentían vibrar en el aire. La mesa larga y brillante parecía más un campo de juicio que una sala de reuniones, y en cada silla había una historia distinta, una ambición oculta, un temor bien disimulado. El aire se sentía más espeso de lo normal, como si hasta la respiración pesara más en ese lugar donde tantas decisiones habían cambiado destinos enteros. Los abuelos Fabián e Isabel ocupaban sus lugares con la serenidad de quienes habían levantado un imperio con las manos y ahora observaban cómo ese mismo imperio podía cambiar de dueño en un par de firmas. Adrián y Sofía presidían la cabecera con ese gesto propio de quienes saben que las decisiones importantes duelen más cuando afectan a los hijos.
Los seis accionistas estaban alineados como piezas de ajedrez, cada uno con su cinco por ciento,