CAPÍTULO — EL HOMBRE QUE CREÍA POSEER LO IMPOSIBLE(Continuación)
—Mía…
Ella se detuvo al oír su nombre dicho con esa voz que siempre sonaba correcta, bien modulada, casi estudiada, como si Lucas jamás dijera nada por instinto sino por cálculo. Venía cansada del laboratorio, con la cabeza todavía llena de fórmulas, gráficos y diagnósticos, y lo último que esperaba era verlo ahí, plantado frente al edificio como si formara parte natural de su día.
—Lucas —respondió, sin hostilidad, aunque tampoco con entusiasmo.
Él sonrió al instante, el tipo de sonrisa que había ensayado toda su vida frente a los espejos: segura, encantadora, lo suficientemente amable como para no levantar sospechas, y lo suficientemente tibia como para parecer sincera.
—¿Te gustaron las margaritas?
Mía asintió con una sonrisa leve, cansada más que contenta.
—Sí… gracias. .
—Vi tu prendedor el otro día.
—Fue un lindo gesto de tú parte.
Y Lucas tomó esa frase como una victoria íntima que no necesitaba confirma