El regreso fue distinto desde el primer segundo.
Muy distinto.
No hubo despedidas apresuradas ni promesas dichas al aire como la primera vez; esta vez hubo abrazos largos, silencios que no dolían y miradas cargadas de una calma nueva, como si por fin todos aceptaran que algunas despedidas no significan ruptura sino continuidad, como si la vida también supiera cuándo hay que soltar sin romper, cuándo dejar ir sin perder.
Elián los abrazó con fuerza, con ese tipo de abrazo que no viene desde los brazos sino desde el pecho, y Milagros apoyó la frente contra la suya mientras le prometía volver pronto, mientras le pedía que se cuidara, que no forzara nada, que siguiera siendo el hombre que había aprendido a vivir sin correr hacia su propia muerte.
Ayden lo miró a los ojos, firme y sincero, sin solemnidades innecesarias pero con una verdad que pesaba más que cualquier discurso.
—Conocerte me cambió —le dijo bajo—. Me diste fuerza cuando yo no sabía que necesitaba tenerla. Sos un ejemplo, El