CAPÍTULO — “ENTRE SUEROS Y VERDADES
Entrar al sanatorio siempre tenía ese olor mezclado entre desinfectante y miedo.
Era el tipo de lugar al que uno solo quería venir para ver nacer una vida, nunca para preguntarse si podía perderla.
Adrián Castell empujó la puerta de vidrio automática con la mandíbula tensa, el traje algo arrugado por la corrida desde la empresa. A su lado, Sofía Rojas de Castell caminaba con paso rápido, el cabello recogido en una cola prolija, el rostro serio, sin maquillaje de más, pero con esa dignidad silenciosa que siempre la acompañaba cuando estaba en “modo médica”, aunque ahora fuera solo la madre desesperada.
—Habitación 412 —anunció ella, luego de hablar unos segundos con recepción—. Unidad de reacciones alérgicas y observación.
Adrián asintió sin decir nada.
Lo único que sentía era una mezcla rara de culpa, bronca y un miedo antiguo, ese que solo aparece cuando el hijo es el que está del otro lado de la puerta.
Subieron en el ascensor en sil