Al día siguiente, con los análisis estabilizados y la alergia bajo control, el médico firmó el alta.
—Nada de esfuerzos por unos días, mucho líquido, los antihistamínicos en horario —indicó—. Y por favor, señor Castell, tenga más cuidado con quién se sienta a compartir una mesa.
Ayden hizo una mueca, mitad vergüenza, mitad ironía.
—Créame que aprendí la lección.
Adrián apareció justo a tiempo para escucharlo.
—Y si no la aprendiste, te la repito yo —dijo, serio—. La denuncia ya está presentada. Las cámaras, los análisis toxicológicos, las declaraciones del hotel. Nadie va a poder decir que esto fue un exceso tuyo.
Le dio una palmada en el hombro.
—Ahora andate a descansar. Y haceme el favor de escuchar a la mujer que tenés al lado, que es la única que parece saber lo que hace.
Milagros rodó los ojos apenas, pero el comentario le calentó las mejillas.
Ayden se vistió con la ropa cómoda que su padre le había traído de apuro: un pantalón de jogging gris, una remera azul