Capítulo — La costa, París y la vuelta a casa
El tren serpenteaba entre colinas y túneles hasta que, de golpe, la ventana se abrió al mar. Azul intenso, casas colgando en la montaña como caramelos de colores, y esa brisa salada que entraba a raudales. Sofía apoyó la frente en el vidrio y sonrió.
—Positano… —susurró—. Mirá lo que es esto, Adrián.
Él la rodeó con el brazo, con Ayden dormido en el regazo.
—Es un cuadro. Y encima, te tengo a vos al lado. —Le dio un beso en la sien—. ¿Qué más quiero?
Sofía bajó la mirada a su panza, acariciándola sin darse cuenta.
—Que salga todo bien. Eso queremos.
Adrián asintió en silencio, apretando un poco más fuerte la mano de ella.
En la costa Amalfitana encontraron un pequeño hotel familiar. La dueña, una señora con delantal floreado, los recibió como si fueran primos perdidos. “Un nene tan lindo”, dijo señalando a Ayden, y enseguida les prestó un baldecito y una palita para que jugara en la playa.
El primer día fue de puro descubrimiento.