Capítulo — Roma, fe y helados
El avión descendió sobre Roma con esa sacudida que te recuerda que la aventura recién empieza. Sofía miró por la ventanilla con los ojos bien abiertos, como una nena que veía todo por primera vez, aunque ya conocía de sobra lo que era viajar. Pero esta vez era distinto: no estaba sola, ni con colegas médicos, ni en congresos. Esta vez tenía a Adrián al lado, apretándole la mano, y a Ayden que, en su sillita, pataleaba fascinado con la bandejita que se subía y bajaba.
—¿Viste? —dijo Adrián, bajando la voz para no despertar a los de alrededor—. El enano ya es experto. Aplaude cuando aterrizamos, pide galletitas en el aire… el próximo paso es que pilotee el avión.
Sofía se tentó, bajando la cabeza contra su hombro.
—No seas malo, dejalo disfrutar. Para él todo es nuevo.
—Para mí también —respondió él, y había en su tono algo más profundo. No hablaba de Roma, hablaba de ellos. De esa vida nueva, de ese viaje que, por primera vez, no era de huida ni de rec