Capitulo —La casa de los abuelos
El portón de la mansión Castel se abrió despacio, como si también quisiera guardar silencio ante el regreso. La tarde tibia y el césped olía a recién cortado. Adrián estacionó sin apuro, con ese cuidado nuevo que nació desde que Sofía despertó con fe y un bebé crece con esperanza. Se miraron un instante: ella, más serena; él, con esa sonrisa de quien se sabe en el lugar correcto.
Apenas cruzaron el zaguán, escucharon el sonidito de pasos apurados contra el parquet. Ayden apareció tambaleando desde el pasillo, con los brazos abiertos y la boca en una “o” perfecta de sorpresa. Ya no era el bebé que gateaba: ahora era un caminante orgulloso. Detrás, Isabel —suave policía del hogar— vigilaba con ojos de lince, y Fabián, con las manos a la espalda, lo seguía a distancia con sonrisa de abuelo enamorado. Valente, fiel como siempre, iba en zigzag, feliz de la vida, intentando acompañar sin tirarlo.
—¡Mi amor! —dijo Sofía, abriendo los brazos.
Ayden no