Capítulo — La familia que crece
El sol de la tarde entraba a raudales por las cortinas, tiñendo la sala con un resplandor dorado. Ayden estaba en su manta de juegos, pataleando y lanzando balbuceos que arrancaban risas a todos. Julia, atenta, lo entretenía con un muñeco de peluche: lo movía de un lado al otro y estallaba en carcajadas cada vez que el bebé lograba atraparlo con sus manitos.
—Miren cómo lo sigue con la vista —dijo Sofía, orgullosa, con Ayden entre sus brazos cuando lo levantó un instante—. Cada día me convenzo más de que este niño es nuestro verdadero milagro.
Isabel, sentada junto a Fabián en el sillón, asintió con lágrimas contenidas.
—No solo es eso, Sofi… también es el fruto de tu esfuerzo, de la fe de todos nosotros. Ayden es luz, y ustedes son la lámpara que lo sostiene.
Fabián la abrazó por los hombros y completó con voz emocionada:
—Y yo me siento orgulloso. Orgulloso de vos, hijo, porque aprendiste a ser un hombre de familia. Y de vos, Sofía, porque transf