Lilian acababa de dirigirse al estacionamiento, cuando de pronto una mano grande se aferró con violencia a su brazo.
Era Carlos.
Su rostro estaba encendido de ira, la mandíbula apretada, y sus ojos destilaban un furor incontrolable.
—¿Crees que voy a aceptar la derrota así como así, eh? —susurró con una voz cargada de odio. El tirón fue tan brusco que el cuerpo de Lilian casi perdió el equilibrio.
—¡Carlos, suéltame! ¡Estamos en un lugar público! —Lilian intentó zafarse, pero la fuerza de su agarre era insoportable.
Carlos se inclinó hacia ella, con la respiración agitada, tan cerca que casi rozaba su rostro.
—¡Ese juez quedó cegado por tus lágrimas! ¡Seguro que utilizaste métodos sucios, Lilian! ¡Hiciste trampa! —Su voz se alzó, atrayendo la atención de las personas que transitaban por el estacionamiento.
Lilian contuvo las lágrimas, aunque su cuerpo temblaba.
—¡La decisión fue justa! ¡Yo luché por Gabriel, no contra ti!
Carlos agitó la mano con furia, sus ojos encendidos.
—¿Justa? ¡