Esa misma noche, daryl abandonó la casa. su cuerpo seguía ardiendo, el sudor corría abundante por sus sienes. respiraba entrecortado, y sus dedos se aferraban al volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—¿por qué, alicia…? ¿por qué tenías que hacerme esto? —murmuró con la voz rota.
el coche se detuvo por fin frente al apartamento de lilian. sin pensarlo, bajó de un salto y avanzó a grandes zancadas, el rostro desencajado. golpeó la puerta una y otra vez, con tanta fuerza que lilian, que acababa de recoger la pequeña cocina, dio un respingo.
—¿quién viene a estas horas…? —susurró con duda. pegó el oído un instante a la puerta y, tras vacilar, giró la llave.
al abrir, se encontró con daryl: pálido, la camisa empapada de sudor, los ojos enrojecidos. Antes de que Lilian pudiera pronunciar palabra, él la sujetó de los hombros, la empujó hacia dentro, cerró la puerta de un golpe con el pie y estampó sus labios contra los de ella.
Lilian se quedó helad
—¡Señor Daryl!