A las ocho de la noche, la casa parecía silenciosa desde el exterior. Aurora ya había terminado de jugar un rato antes de irse a dormir. Alicia, con el rostro sereno, escondía en su interior una inquietud que no lograba apagar. En la cocina, permaneció largo rato contemplando un vaso de zumo recién servido. En su mano derecha apretaba una pequeña cápsula que había guardado cuidadosamente en el cajón.
—Es la única manera —murmuró en voz baja, como un secreto destinado solo a sus oídos.
Con sumo cuidado, abrió la cápsula y vertió el contenido en el vaso. Los diminutos gránulos se disolvieron lentamente, casi invisibles. Alicia removió un instante con la cucharilla y luego respiró hondo.
—Daryl… entenderás que solo yo puedo mantenerte a mi lado —susurró antes de colocar el vaso sobre una bandeja.
Daryl estaba sentado en la sala, revisando unos documentos del proyecto que había llevado a casa. Aurora ya dormía en su cuarto, abrazada a su muñeca de peluche. El ambiente era tranquilo.
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