Durante todo el día, Lilian sintió que algo extraño sucedía. Por la mañana aún esperaba que Daryl apareciera, como de costumbre, para recogerla o al menos enviarle un mensaje breve. Pero hasta la tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse, su teléfono seguía en silencio.
Miraba la pantalla vacía: solo notificaciones del grupo de padres del jardín infantil de Gabriel y algunos anuncios. Ningún mensaje de Daryl.
—Normalmente ya me habría escrito desde temprano —murmuró Lilian, sentada en el sofá de la sala de estar. Sus dedos tamborileaban sobre la pantalla, dudando si debía llamarlo primero.
Gabriel, entretenido en la alfombra con sus bloques de construcción, levantó la vista hacia su madre.
—Mamá, ¿por qué estás pensativa? ¿Estás esperando al tío Daryl, verdad?
Lilian se sobresaltó un poco, luego fingió una sonrisa.
—Sí… mamá está esperando noticias de él.
—Pero el tío siempre responde rápido. Seguro que está ocupado, ma —dijo el niño, enfatizando la palabra “ocupado” con un aire de a