—Usemos el elevador. —Margaret sugirió al verlo disponible, y Lucien la empujó contra el fondo.
Él respiraba con dificultad, el calor le subía por su cuello y se mezclaba con el temblor que le recorría las manos. Margaret lo observó con nerviosismo. La intensidad en sus ojos ya no tenía nada de elegante ni de controlado; la mirada de Lucien estaba llena de deseo, su boca, su expresión era pura lujuria.
—¿Qué demonios te pasa? —le espetó ella, intentando apartarlo.
Lucien se inclinó sobre ella y rozó su mejilla con los labios, torpe, desordenado, como si ni siquiera fuera consciente de lo que hacía. Su respiración le quemaba la piel. Margaret lo empujó con fuerza contra la pared del ascensor.
—¡Lucien! Te estoy hablando.
Él parpadeó, respirando con dificultad.
—Alguien… alguien me puso algo en la bebida.
Las palabras se estrellaron en el aire. Margaret lo miró sin comprender al principio, y luego la sorpresa la sacudió por dentro.
—¿Qué dices? Eso no tiene sentido, ¿quién haría algo