CAPÍTULO 36

Margaret apenas pudo articular una palabra. La voz de Lucien había irrumpido como un golpe seco, y el aire parecía haber abandonado sus pulmones. Estaba a punto de negar lo evidente, de aclarar que Adrien solo era un conocido, pero algo en la mirada del hombre frente a ella la detuvo.

Lucien se giró bruscamente hacia él, y sus ojos se entrecerraron con un reconocimiento repentino.

—Tú eres Rousseau —dijo con tono bajo, cargado de ironía—. El hermano de Isadora.

Adrien sostuvo su mirada con calma.

—Así es. Y usted debe ser Lucien Ferrer.

El ambiente se tensó todavía más. Margaret sintió que el suelo se movía bajo sus pies. No lo había planeado, pero de pronto todo tenía sentido: la familiaridad que le inspiró Adrien, esa serenidad en su voz, el modo en que su sonrisa recordaba vagamente a Isadora. Había sido una coincidencia cruel.

Lucien respiró con dificultad, intentando contener la rabia que le subía al rostro. No entendía cuándo ni cómo su exesposa había comenzado a tener contact
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