El camino hacia la empresa transcurrió entre pensamientos dispersos y un silencio que parecía prolongarse demasiado. Margaret apenas había dormido, y aunque intentaba concentrarse en los asuntos del trabajo, su mente seguía regresando una y otra vez al encuentro con Lucien y a la cruel ligereza con la que él hablaba de todo.
El sonido del teléfono interrumpió su ensimismamiento. Era su asistente, quien hablaba con voz alterada: los organizadores de la subasta exigían el pago inmediato del depósito para asegurar el lugar del evento. Margaret respiró hondo, controlando la irritación.
—Utiliza el presupuesto aprobado —respondió con serenidad—. Haz el pago y encárgate de confirmar la reserva. Yo revisaré los documentos al llegar.
—Sí, señora —contestó la joven, algo más tranquila.
Al llegar a la empresa, el bullicio habitual del edificio la recibió como una corriente fría. Caminó por el vestíbulo con paso firme, ignorando las miradas curiosas de algunos empleados. Su semblante tranquilo