Cuando Margaret llegó al recinto, el ambiente ya se sentía pesado y cargado de tensión. A la distancia, distinguió a Lorain de pie junto a la jefa del departamento financiero y a Lucien, que conversaban con los encargados del lugar. La sonrisa de Lorain era encantadora, tan bien calculada como sus palabras. Con un tono dulce y convincente, les aseguraba que su empresa estaba dispuesta a pagar el doble del precio acordado si aceptaban alquilarle el espacio para su desfile de moda, en lugar de cederlo a su competidora.
Los hombres parecían titubear, fascinados por la seguridad de aquella mujer. Fue entonces cuando Margaret avanzó sin prisa, pero con una determinación que hizo que las miradas se volvieran hacia ella. Su voz, serena y cortante, rompió la armonía fingida de la escena.
—Eso no será posible —dijo, deteniéndose justo frente a ellos—. “Tu empresa” no dispone del presupuesto para semejante gasto.
Lorain giró lentamente, completamente contrariada. Durante un instante, pareció qu