Margaret apretó los dientes y, con la respiración agitada, le lanzó una mirada cargada de furia y desprecio. No quería despertar a Shaira, que dormía profundamente en el sofá, así que le habló en un tono bajo, pero lleno de la profunda rabia que la consumía.
—Lárgate, Lucien. —Su voz sonó tensa.
Él no se movió. En lugar de retroceder, se pasó los dedos por los labios ensangrentados y los observó con una sonrisa torcida. La herida era leve, pero el orgullo dolía más.
—Deberías dejar que tu amiga te vea ahora —dijo con un dejo de sarcasmo que heló el aire—. Como luces ahora, todo un desastre, con tu ropa arrugada, los labios hinchados... seguro pensará que tu supuesto amante vino a visitarte. Ah, más bien, él es quien debe verte así, muy seguramente no pensará lo mejor de ti.
El comentario fue una puñalada directa. Margaret sintió cómo la sangre le subía a la cabeza, y su cuerpo entero se estremeció de rabia. No respondió. No quería que Shaira escuchara una sola palabra de aquella hum