El ruido de la lluvia era lo único que llenaba el silencio del apartamento. Margaret cerró la puerta detrás de sí y apoyó la espalda en ella, dejando escapar un suspiro largo. Había tenido un pésimo día. Su cabeza latía con el peso de las cifras, de los rostros hipócritas, y del encuentro con Lucien, que la había dejado desgastada hasta el alma.
Había alquilado ese lugar apenas una semana atrás. No era lujoso, ni amplio, pero tenía algo que los pent-houses de su pasado nunca tuvieron: calma. Las paredes color marfil, la luz tenue del pasillo, el calor de hogar era como un pequeño refugio en medio de todo su caos.
Dejó los documentos sobre la mesa del comedor y se sentó en el sofá, llevándose las manos al rostro.
—Necesito pensar… —murmuró.
Pero apenas había cerrado los ojos cuando el teléfono vibró.
Era un mensaje.
“Estoy abajo. No acepto un no.”
Margaret sonrió sin fuerza. Solo una persona podía escribirle así.
Minutos después, el timbre sonó y Shaira apareció en el umbral con do