—¿Elize ? —respondió con voz aún temblorosa.
—¡Señorita Margaret! —jadeó la asistente al otro lado de la línea—. Le juro que lo siento muchísimo. Estuve en reuniones toda la mañana, y cuando intenté llegar ya habían cerrado el acceso al auditorio. No imaginé que llegaría tan pronto, y mucho menos que sucedería algo como lo que pasó.
Margaret respiró profundo, intentando que su tono sonará sereno.
—No te preocupes, Elize . Ya me presentaron… a su manera —dijo, con una ironía que la asistente percibió enseguida—. Pero estoy bien.
—¿Qué pasó? ¿Le dijeron algo? —preguntó con voz preocupada.
—Digamos que tuve una bienvenida muy particular. —Margaret miró a su alrededor, observando el movimiento en el pasillo, los rostros hipócritas que la habían juzgado hacía apenas unos minutos—. Pero no importa. He visto lo suficiente para saber que esta sucursal está podrida hasta la médula
Elize guardó silencio unos segundos antes de responder.
—Me temía que lo notara tan pronto. —Su tono bajó a un