Capítulo 52. Enemigo
Leonardo
Despierto con un dolor punzante en la nuca. El aire es pesado, huele a óxido y a humedad. Intento moverme, pero mis brazos no responden. Están amarrados con fuerza a la silla. La mordaza me corta los labios, me impide gritar.
Parpadeo varias veces hasta que mis ojos se acostumbran a la penumbra. Estoy en un almacén oscuro. Las sombras se alargan por las paredes, y apenas puedo distinguir las siluetas de refacciones de autos apiladas en un rincón. A mi lado, cajas metálicas llenas de armas que reconozco de inmediato: son los diseños de mi padre.
El corazón me golpea con violencia. Entiendo lo que significa. La noche del incendio no quemaron el armamento. Lo robaron. Incendiaron la bodega solo para cubrir sus huellas.
Aprieto los dientes contra la mordaza, sintiendo cómo la tela áspera me corta los labios y me llena la boca del conocido sabor metálico de la sangre. La rabia me quema desde dentro. Cada respiración es un esfuerzo, un recordatorio de que estoy atrapado, impotente,