Capítulo 49. Lo que no pudo ser
Leonardo
El silencio del hospital se ha vuelto parte de mí. Los pasillos interminables, las luces frías, el olor metálico del desinfectante. Todo parece repetirse como un ritual que me recuerda lo frágil que puede ser la vida. Noah ha abierto los ojos, y debería sentir paz. Sin embargo, lo único que me invade es otro tipo de vacío: el de saber que, mientras él vuelve a la vida, yo sigo perdiendo la mía en silencio.
No estuve todo el tiempo en el hospital, como Angelo. A mí me tocó mantenerme fuerte, sacar adelante los negocios, organizar y ejecutar las entregas de mercancía al lado de mi padre. Procuraba visitar a Noah con frecuencia, y aunque su salud me preocupaba, lo hacía en gran medida por mis hermanos, que parecían sufrir más que él mismo.
Observo a Angelo desde la distancia. Mi hermano parece más nervioso que nunca. Recibe llamadas constantes, se aleja para responderlas, evita mirarme a los ojos. Antes lo entendía: pensaba que era la ansiedad por Noah, la incertidumbre de su re