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Capítulo 4. Arreglo beneficioso

Leonardo

Recorro el cuartel de La Cosa Nostra siguiendo a mi padre de cerca, mientras me muestra los nuevos diseños de armas y explosivos que se encuentra a punto de armar, y no puedo evitar lanzar un bostezo que capta la atención del hombre que me mira con reproche cuando interrumpo su explicación.

—Pon atención, Leonardo —me ordena con autoridad, obligándome a enderezar mi postura y palmear mi rostro con mi mano.

—Lo siento, ha sido una larga semana —me excuso. Él solo asiente dándome la razón, pues sabe mejor que nadie todo lo que me está exigiendo últimamente.

—Sé que he sido algo intenso estos días, pero nunca está de más estar preparado cuando ante cualquier amenaza. Podría morir mañana mismo y tú tendrías que hacerte cargo de la organización y necesitas tener dominio sobre todo lo que implica ser el líder de una mafia como la nuestra.

—No digas eso, padre. —Me estremezco ante la posibilidad de perderlo en un futuro cercano, y ese simple comentario de su parte me hace despertar por la fuerza.

Me dedico a escucharlo y le presento un diseño propio en el que he estado trabajando por mi parte. He decidido seguir sus pasos y enfocarme en el diseño, tanto de armas, como de vehículos blindados y bunkers. Mientras que mi hermano tomó el camino de la administración y le ayuda a mi padre con el manejo de los negocios.

Parece una ironía que siendo el más intrépido de los dos, Angelo haya optado por una profesión relativamente tranquila en el medio en el que nos desenvolvemos. 

—¿Vas a salir esta noche? —pregunta una vez que salimos del cuartel. Lo observo por unos segundos, tratando de decidir qué tan buena idea sería desvelarme con mis amigos, para tener que despertar temprano por la mañana y continuar con el trabajo—. Anda, sal con tus amigos. Te daré el día libre para que puedas despertar tarde —me ofrece, dando un apretón en mi hombro.

—Siendo así, tal vez invite a Angelo a beber algo —le informo.

—Tengan cuidado —dice separándose de mí—. Aún debo terminar algunos diseños, dile a tu madre que llegaré un poco tarde.

—Cuídate también —pido antes de encaminarme hacia mi auto. Subo y enciendo el motor adentrándome a la carretera.

Marco el número de mi hermano en mi celular y lo escucho timbrar dos veces antes de que responda:

—¿Te estás muriendo? —pregunta con aburrimiento.

—No.

—¿Te secuestraron?

—No —repito con diversión.

—¿Necesitas ayuda con alguna mujer?

—No.

—¿Entonces para qué me hablas un viernes por la noche? ¿No se supone que estás lamiéndole las botas a nuestro padre?

—Vamos por algo de tomar —propongo.

—¿No tienes amigos? —cuestiona aparentemente fastidiado.

—Sí, pero quiero salir con mi hermano, hace mucho que no salimos juntos.

—Awww, me vas a hacer llorar —exclama fingiendo emoción, haciéndome reír—. Nos vemos en el bar en media hora —acepta un minuto después.

—Voy para allá —digo girando el volante hacia la desviación que me llevará hacia el bar.

Media hora después, justo como lo dijo, lo veo entrar al área VIP donde lo espero; doy un sorbo a mi vaso y me paro para saludarlo con un abrazo de medio lado que por poco rechaza, pero lo jalo de un tirón, obligándolo a corresponderme.

—Mierda, Leonardo, parece que no vivimos bajo el mismo techo —refunfuña acomodando su ropa al separarse de mí y se deja caer en el sillón.

—Así parece, nunca te veo por ahí —concuerdo.

—Si me hablaste para sermonearme mejor me voy. 

Hace el ademán de levantarse del asiento y lo detengo colocando mi mano en su pecho, regresándolo al sillón.

—Cálmate, no vine aquí para eso —lo tranquilizo—. ¿Acaso no podemos compartir un trago sin tener que pelear?

Resopla, incrédulo, pero no dice nada más; hace una seña al mesero, quien viene de inmediato ante la orden de su jefe, pide nuestras bebidas y se relaja admirando la multitud más abajo, en la pista de baile.

—¿Qué te tiene tan estresado? —me pregunta, conociéndome tan bien.

—Joder, hermano, ¿por dónde empiezo? —digo, suspirando con cansancio—. Mi padre me tiene al borde de trabajo. Y por otro lado está el asunto del compromiso…

—De verdad vas a hacerlo ¿eh? —cuestiona negando con la cabeza.

—¿Tengo otra opción? 

—Claro, siempre hay otra opción —dice, encogiéndose de hombros.

—Dime una.

—Podrías dejar de besarle el culo a nuestro padre y decir que NO, para variar —propone con simpleza, como si las cosas fueran tan fáciles. 

Supongo que para él lo son. Después de todo, siempre hace lo que quiere sin importarle las opiniones de los demás.

—Es mi responsabilidad continuar con el legado de la Cosa Nostra, hermanito.

Rueda los ojos con fastidio al escuchar el apodo con el que siempre lo he llamado. Aunque sólo soy dos meses mayor que él, sé cuánto le molesta que se lo recuerde. 

—No siempre se puede tener todo en la vida, Ángelo. A veces se tienen que hacer sacrificios por un bien mayor —prosigo—.  Nuestro padre no será el Capo di tutti capi para siempre. ¿Sabes que está pensando en retirarse? La Comisión necesitará un líder.

—¿Cómo lo sabría, si nunca soy requerido en sus reuniones privadas?

—Lo harías si mostraras más interés por conocer nuestras tradiciones —le recuerdo.

—Paso —responde, fingiendo desinterés, pero sé que en el fondo se siente desplazado, y no lo culpo; he hablado mucho con mi padre al respecto y, aunque este niega la enorme diferencia que siempre ha hecho entre ambos, no soy tan ciego como para no darme cuenta del daño que sus desplantes y exigencias le han hecho a mi hermano.

Con tal de aligerar el ambiente, decido cambiar de tema. 

No he venido aquí para pelear con él; por el contrario, después de todo el estrés que estoy pasando, lo único que me apetece es pasar un buen rato a su lado, pues en verdad disfruto de su compañía. 

Aunque Ángelo no lo crea.

━━ ◦ ❖ ◦ ━━

La casa está en silencio cuando regreso del club. Estaciono el auto junto al camino de piedra que bordea el jardín, y me dirijo hacia la entrada lateral que lleva directo a mi habitación, pero me detengo en seco al notar un movimiento que llama mi atención en la piscina. 

Voy ahí, a sabiendas de lo que me encontraré, y mi pecho vibra con una furia contenida al ver a la joven que chapotea con sus piernas a medio sumergir en el agua.

—¿Qué haces aquí sola, Alice? —La sorprendo, y debo reprimir mi sonrisa al verla respingar.

—Mierda, Leo, casi me da un puto infarto. 

Se lleva una mano al pecho y con la otra sostiene el cigarrillo entre sus dedos, llevándolo a su boca.

—Esa boca —la reprendo, aunque ya estoy bastante acostumbrado a escucharla proferir toda clase de improperios.

—Qué… ¿Te gu sta? —me provoca, lanzando un beso al aire con coquetería.

Mentiría si dijera que su pregunta no me descoloca, pues, la chica posee una belleza salvaje y natural de la que no cualquier mujer puede presumir. 

Así es Alice, la hija mayor de la tía Lola. 

No me sorprende verla por aquí, para ser honesto; es como su segunda casa. 

Lo que me molesta es la razón por la que —de nuevo— la encuentro sola y en ese estado de ánimo que delata el mal momento que está pasando, gracias al imbécil de mi hermano, para variar.

Mis ojos se pasean por su rostro, absorbiendo su perfecta piel bronceada, sus cejas delineadas, esa nariz respingona y tierna a la vez; sus labios se aprietan alrededor del cigarrillo, mientras que cierra los ojos al inhalar el humo y lo suelta con una sensual exhalación. 

Es tan bonita… 

Y está tan enamorada de mi hermano.

—¿Dónde está? —pregunta desanimada, sacándome de mi estupor—. Se suponía que saldríamos un rato y…

—Te dejó plantada —termino por ella—. Lo vi hace rato. Tenía unos asuntos en el club, seguramente lo olvidó —lo justifico sin que se lo merezca.

Debió decirme que se reuniría con ella. 

Debió llevarla consigo.

Pero no. Prefirió dejarla esperando, como el idiota que a veces puede llegar a ser.

—Sí, ya sé —asegura—, me dijo que lo esperara aquí.

Odio la manera en que baja la cabeza y suspira con pesadez. No me gusta cómo me hace sentir. Me hace desear buscar a mi hermano y romperle la cara por atreverse a lastimar los sentimientos de la única chica que lo quiere desinteresadamente, a pesar de todos los errores que comete.

—Felicidades, supongo —balbucea, dando otra calada a su cigarrillo, sacándome de mis pensamientos.

—¿Por? —cuestiono sin saber a lo que se refiere.

—Por tu compromiso… ¿Por qué más va a ser? 

No puedo verla con claridad por la oscuridad que nos envuelve, pero estoy seguro de que está rodando los ojos como de costumbre.

—Ah, eso… Gracias, supongo. Es un… arreglo beneficioso. —Siento la necesidad de explicar.

—Los mafiosos y sus relaciones por conveniencia —suspira de forma dramática—. ¿Angelo también tendrá un arreglo así? —pregunta, tratando de sonar desinteresada, pero no puede engañarme. Sé que le importa mucho más de lo que quiere demostrar.

—¿Por qué no le dices lo que sientes por él y se dejan ya de dramas? —cuestiono, sintiéndome malhumorado de repente.

—N-no sé de qué estás hablando —balbucea con nerviosismo y se levanta de la orilla de la piscina. Trata de escapar, pero la tomo por el codo, atrayéndola hacia mí.

—Alice, por favor… No engañas a nadie.

—¡Soy Al! —me recalca—.  Solo Al.  Ya deja de llamarme Alice.

—Así te llamas, Alice —le repito, enfatizando su nombre.

—Pues no me gusta —refunfuña—. Y suéltame o voy a gritar.

Suelto una carcajada antes de liberarla de mi agarre, y ella se queda en su sito, observándome con los ojos como dos rendijas, molesta por mi burla.

—Eres insufrible, Leonardo. —Coloca sus manos como jarras en su cintura, antes de continuar despotricando en mi contra—. Presumes de ser perfecto; un caballero intachable con ese cabello estirado y esa apariencia pulcra, pero sé que eres peor que Angelo —me acusa—. Solo mírate, nadie puede ser tan hermoso y perfecto como pareces.

—Así que te parezco hermoso ¿eh? —Enarco una de mis cejas, sin saber porqué con ella me siento tan diferente. 

Alice saca una parte relajada y divertida de mi persona que simplemente no puedo mostrarle a los demás. 

«Amo molestarla».

—Por favor, yo no dije eso. —Se balancea de un pie a otro como siempre hace cuando se pone nerviosa—. Ya te están afectando todos los productos que usas en el cabello.

—Dile a mi hermano lo que sientes —increpo con rudeza—. Tal vez eso sea suficiente para sacarlo de esa vida de excesos que lleva.

—No creo que mis tontos sentimientos por él logren cambiarlo —dice, admitiéndolo al fin y, no sé por qué, la saliva se vuelve amarga en mi boca.

 No se lo digo, pero yo tampoco creo que lo logre.

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