Mundo ficciónIniciar sesiónAngelo
Una semana ha pasado desde “el problema”, y por fin se ha llegado a un acuerdo con la familia Lennox, quienes se han hecho los difíciles, pero aun así han aceptado unir a su hija con el estirado de mi hermano. Esta noche se harán las presentaciones, y todo el mundo en la casa anda vuelto loco.
Veo a Leonardo desde el marco de la puerta con recelo: cómo acomoda su perfecta corbata, en su perfecto traje de diseñador, listo para recibir a la que será su futura esposa sin siquiera demostrar su apatía ante su deprimente situación.
«Todo un mártir», resoplo para mis adentros.
—¿Vas a quedarte ahí, o vas a pasar y decirme cómo me veo? —pregunta, dándome una mirada de soslayo.
—Estás perfecto, hermano. Como siempre. —Suelto un suspiro sarcástico mientras avanzo en su dirección—. ¿Estás nervioso?
—Sí, un poco, si te soy sincero —exhala, pasándose los dedos por el cabello, acomodando cada hebra en su lugar.
—No me digas que ya te arrepentiste de casarte —me burlo.
—No —se apresura a decir—. Ya di mi palabra y no pienso retractarme, es solo que me siento un poco abrumado. En unos días se hará el anuncio oficial de nuestro matrimonio y toda la sociedad estará ahí; eso lo vuelve real —admite, y por un momento puedo ver a mi hermano, el humano, no esta versión perfecta y plastificada que mi padre se ha encargado de moldear.
—Bueno, algún precio debía de tener ser el “elegido” —Sonrió, tratando de molestarlo.
—Si ser el “elegido” significa perder la voluntad y el poder de decidir a quién amar, entonces estoy feliz de sacrificarme por ti, hermanito —espeta dramáticamente, aunque hay cierto grado de verdad en sus palabras.
—Vaya sacrificio… —murmuro entre dientes—. ¿Quieres cambiar de lugar?
—¿En verdad quisieras ocupar mi lugar, Angelo?
Su seriedad me descoloca. Me hace plantearme realmente la posibilidad.
—Nahh —balbuceo de manera relajada—. El puesto de líder es todo tuyo. Lo llevas en la sangre —suelto sin pensarlo, y me lamento apenas las palabras salen de mi boca.
Por suerte, dos golpes en la puerta interrumpen el momento incómodo que se había formado:
—Señores, la familia Lennox está aquí —anuncia una empleada a la que le sonrío de forma sugerente.
Me deleito observando la manera en que se le suben los colores al rostro y se enreda con sus pies al tratar de salir casi corriendo por el pasillo.
—Deja de hacer eso con las empleadas —me reprende don perfecto, y me i***a a salir de la habitación a su lado—. Angelo, te voy a pedir que te comportes, por favor —suplica seriamente, haciéndome resoplar. Estoy cansado de que me traten como a un jodido niño pequeño—. Es una noche importante. Todo se puede ir por la borda si esto sale mal, ¿entiendes?
—Sí, papá —contesto con sarcasmo.
Ambos bajamos las escaleras, codo a codo, escuchando las voces provenientes de la sala de estar, donde se encuentran los invitados, antes de ser llevados al gran salón para comenzar con las presentaciones formales.
Distingo al padre del infeliz que aún tiene estragos de la paliza que le di en su cara, y no puedo evitar la sonrisa que se forma en mis labios al recordar la escena.
Varias personas más se encuentran en el lugar, pero mis ojos se detienen en la chica que observa a su alrededor, asustada, cohibida por los presentes. Sus enormes ojos azules se impactan con los míos y juro que me quedo sin aire; como si me hubiesen dado un puñetazo directo en el estómago.
No sé cómo, pero hemos bajado las escaleras y nos encontramos frente a frente con la joven que ha causado tal reacción en mi cuerpo con solo una mirada.
—Hijos, quiero presentarles a la familia Lennox —dice mi padre.
—Es un gusto conocerlos —pronuncia mi hermano con educación, pero sus voces me resultan lejanas mientras sigo admirando a la rubia que baja los ojos al piso por la intensidad de mi mirada.
—Y creo que ya conocen a mi otro hijo, Angelo.
Salgo de mi estupor al escuchar mi nombre, y finjo una sonrisa al saludar al General, su esposa y, en contra de mi voluntad, aprieto la mano del idiota de su hijo también, no sin antes lanzarle una mirada cargada de malicia.
Y, por último… estrecho la mano de ella.
—Esta es mi hija, Emily, la futura novia de la mafia —espeta con sorna el imbécil de su padre.
—Es un placer conocerte al fin, Emily. —Saboreo el nombre, solo para darme cuenta de la verdad:
Ella no es para mí.
Es para mi hermano.
Y sin saber por qué, ese pensamiento me provoca un incómodo estremecimiento en la columna vertebral.
── ✦ ──
La conversación durante la cena es una tortura para mis oídos.
El imbécil del General Lennox no deja de hacer insinuaciones sobre nuestra organización y el repudio que le causa el tener que emparentar con delincuentes como nosotros. Pero mi padre hace gala de su educación, defendiendo a la familia, mientras regresa el golpe sin desatar una guerra entre ambas partes.
—Supongo que nuestras familias no son tan diferentes —dice mi padre—. Después de todo, ambos nos valemos del poder que poseemos para doblegar a nuestros enemigos. Espero que podamos llevar una relación cordial, ya que nuestros hijos darán pie a una nueva generación, más fuerte y más poderosa que la nuestra —concluye con zalamería.
—Eso espero —concuerda Benjamin—. Cuento con tu palabra, Provenzano, y la de tu heredero para cuidar de mi hija con su vida.
—Así será, señor —promete Leonardo con un solemne asentimiento de cabeza.
Emily esboza una amable sonrisa, y no puedo evitar soltar un resoplido que disimulo con una tos improvisada.
Al concluir la cena, los jefes de familia se apartan del grupo y se dirigen al despacho de mi padre, mientras mi madre y la señora Lennox se instalan en la sala para conversar y tomar el té.
Comparto una mirada con el idiota de Elijah, y los moretones en su rostro no hacen más que provocar que mi sangre hierva dentro de mis venas al recordar cómo…
—Emily, ¿podemos hablar? —La voz de mi hermano me saca de mis turbios pensamientos, haciéndome voltear en su dirección.
La joven asiente con cortesía y lo sigue hasta uno de los sofás de la estancia principal.
Leonardo le ofrece una sonrisa tranquila, esa que solo usa cuando quiere ganarse la confianza de alguien. Se acomoda frente a ella con una calma estudiada, como si supiera exactamente qué decir para que todo parezca menos grave de lo que es.
Lo he visto usar ese tono antes, esa mirada que se posa con más atención de la necesaria. Y, aunque no hay nada fuera de lugar, algo en su postura me incomoda.
Tal vez sea la forma en que inclina la cabeza cuando ella habla, como si cada palabra le importara más de lo que debería. O el modo en que sus ojos se detienen un segundo más de lo normal en los de ella.
No podría asegurarlo, pero lo siento en mis huesos. Lo siento en el pecho, como una presión sorda que no sé cómo explicar.
Ella le gusta.
Sin poder soportar más tanto dramatismo, decido acercarme a ellos.
—Lo siento, chicos, pero creo que necesitan un chaperón —digo, interrumpiendo su conversación—. No queremos que mami y papi se den cuenta de que se han alejado de la fiesta para estar a solas ¿o sí?
—Emily, ya conociste a mi hermano —dice Leonardo, dándole una mirada de disculpa.
Emily me observa sin saber cómo reaccionar, cosa que aprovecho para brindarle una de mis mejores sonrisas; esa que hace temblar a las mujeres.
La chica baja los ojos a su regazo, incapaz de sostenerme la mirada, y tengo que reprimir mi sonrisa de satisfacción.
«Tan predecible», río para mis adentros.
Leonardo suspira, tratando de disimular su frustración, y dice:
—¿Me acompañas?
Le ofrece su mano y ella la toma, siguiéndolo hacia el gran salón.
Sin saber por qué, su obediencia me molesta.
¡Apenas lo conoce, por todos los cielos!
La opresión aumenta en mi pecho conforme se alejan y desaparecen en el pasillo, y dicho sentimiento me toma desprevenido.
Un plan se forma en mi mente antes de siquiera detenerme a pensarlo. La idea de seducirla hasta matar a dos pájaros de un solo tiro. Consumirla hasta obtener de ella lo que me plazca y arruinar los planes de mi padre, me llena de energía, como si una corriente eléctrica atravesara mi cuerpo en un segundo.
La dulce Emily no sabe dónde se ha metido, pues acabo de marcar a mi próximo objetivo:
Ella.







