Mundo de ficçãoIniciar sessão°✾Emily✾°
Siempre supe que no me casaría por amor.
En mi mundo, el amor es un lujo del que carecemos. Un precio a pagar a cambio de los privilegios de los cuales gozamos.
Mi padre lo llama deber. La prensa lo llama alianza. Yo lo llamo prisión.
«Aunque una jaula sea de oro, al final del día sigue siendo una jaula».
Desde que tengo memoria, he vivido entre guardaespaldas y flashes. Cada paso vigilado, cada palabra medida. No recuerdo la última vez que me sentí libre de pensar por mí misma; de cometer un error.
Soy hija de un hombre importante. Un funcionario que habla de justicia mientras firma pactos con hombres que no conocen la palabra. Para él, yo siempre fui un peón. Una ficha más en su juego. Una moneda de cambio con ojos azules y vestido de novia.
Sabía que algún día me uniría a alguien que no habría elegido. Lo que nunca imaginé fue que ese alguien pertenecería a una de las familias más poderosas de la mafia italiana.
—Esto no habría salido mejor si lo hubiese planeado —dice mi padre, la emoción palpable en su rostro—. Excelente trabajo, Elijah.
—¿Será porque, de hecho, lo planeaste? —refuta mi hermano con sarcasmo, y la curiosidad me gana por saber qué fue lo que tuvo que hacer para lograr los propósitos de mi padre.
Solo con ver la forma en que aprieta su mandíbula, sé que tuvo que ser algo muy desagradable para él.
—Tienes razón. Sabía que ese salvaje de Angelo Provenzano reaccionaría como lo hizo —explica, mientras enciende su puro con total tranquilidad; como si no acabara de aceptar entregar a su única hija en matrimonio con uno de los hombres más peligrosos de toda la ciudad—. No saben cuánto he esperado para poder acercarme a una de las cinco familias de La Comisión. Y admito que tiré muy alto al poner mis ojos precisamente en los Provenzano. Son la familia más influyente de las cinco; los líderes de la Cosa Nostra.
—Tan alto que las cosas pudieron haber resultado muy diferentes —reprocha Elijah—. Pudieron haberme matado, y lo sabes.
—No lo creo —responde mi padre con confianza—. Luka sabe que puedo darle muchos problemas. Podría desmantelar su organización con solo un par de llamadas…
—Entonces, ¿cuál es el propósito de todo esto? ¿Para qué entregarles a mi hermana, si los tienes en la palma de tu mano? Pídeles lo que quieres y ya. Si tan seguro estás de que puedes acabarlos tan fácilmente.
—Dije que podía hacerlo. Jamás dije que quisiera. Mucho menos ahora que las cosas han resultado mejor de lo que podría haber soñado. —Se ríe—. Imaginé que me ofrecerían poder, territorio… Nunca pensé que me harían parte de su familia.
Mi padre suelta una carcajada que me pone los vellos de punta.
Es increíble el nivel de ambición que tiene. Tanta, que no se tentará el corazón antes de ofrecer mi mano como garantía de paz ante su “enemigo”.
Aunque Elijah no lo diga, puedo notar el asco en su mirada. Seguramente esté pensando lo mismo que yo. Él también ha sido un peón en este juego. Ha pasado una semana desde lo sucedido y aún tiene el rostro deshecho, cortesía del tal Angelo. Pero, aunque me compadezco de mi hermano por cualesquiera que haya sido su papel en todo esto, no es él quien tendrá que compartir su vida, su cama y su cuerpo con un asqueroso delincuente.
—¿Quieren saber cuál es la mejor parte? —prosigue, una vez que termina de reírse—. Luka Provenzano ha comprometido, no solo a uno de sus hijos, sino nada más y nada menos que a su heredero. Habría aceptado casarte con cualquiera de sus subordinados, pero ¿su heredero? —Silba, negando con su cabeza—. Siéntete afortunada, hija. Pronto serás la dama de la Cosa Nostra.
—Lo dices como si acabara de ganarme la lotería —espeto entre dientes, incapaz de seguir ocultando mi indignación.
—Podría haber sido peor —dice—. Pudiste haberte casado con el salvaje de su hermano. Angelo Provenzano tiene una reputación que lo precede: excesos, violencia, mujeres… Al menos Leonardo parece más cuerdo.
—Gracias, supongo.
—Bueno, felicidades, padre, has logrado cerrar un buen trato. —Aplaude mi hermano—. Si eso es todo, te dejamos para que sigas celebrando. Vamos, Emily —ordena, tomándome por el codo y levantándome del sofá.
—Alto ahí los dos —gruñe nuestro padre con aburrimiento—. Esta noche estamos invitados a cenar en casa de los Provenzano. Haremos oficial el compromiso y quiero que se comporten como lo que son: los hijos de un General condecorado. Dejen aquí esas actitudes de m****a y pongan de su parte. Aunque no lo crean, todo esto es por ustedes. Les estoy labrando un futuro mejor del que podrían tener como simples funcionarios públicos.
—Sí, como sea, General —masculla mi hermano, antes de sacarme del despacho de nuestro padre.
—Espera, Elijah —pido, deteniendo mis pasos a mitad del pasillo—. Agradezco tu efusividad, pero sabes que nada que hagamos lo hará cambiar de opinión. Él tiene nuestros destinos planeados desde antes de nacer. Dios, no me sorprendería si incluso hubiera planeado nuestros sexos.
—¿Eso es todo? —pregunta, sorprendido—. ¿Nuestro padre dice «cásate», y tú obedeces? ¡Al menos demuestra tu desagrado, carajo!
—¿Crees que habrá alguna diferencia si hago un berrinche? ¿Ha funcionado alguna vez? No. Para él solo somos dos más de sus soldados, dispuestos a morir por su causa?
—A veces desearía…
—¿Qué? ¿Largarte de aquí? —cuestiono con dolor—. ¿Qué te lo impide, hermano? Eres fuerte, eres valiente, independiente… Eres un maldito Comandante de Operaciones Especiales, ¡por Dios! Has labrado tu propio camino sin importar lo que diga mi padre. ¿Qué te impide correr hacia tu libertad?
Elijah me observa con intensidad por un par de segundos, para luego bajar la mirada a sus pies, incapaz de poner en palabras lo que sus ojos gritan.
«Yo. Yo se lo impido».
—Hermano —murmuro buscando su rostro con mis manos, y suelta un quejido cuando mis dedos lastiman una de sus heridas—. Voy a hacer esto, lo quiera o no. Pero prometeme una cosa, ¿quieres?
—¿Qué?
—Cuando me case, quiero que te vayas de esta casa y busques tu vida lejos de nuestros padres. No permitas que él te siga manipulando, ni usando para llevar a cabo todas las atrocidades que se le ocurren.
—Emily, no puedo hacerlo. Él… me tiene en sus manos.
—Arréglatelas para escapar.
—Lo siento —murmura—. Siento mucho no poder hacer nada para liberarte de esto.
—No es tu culpa —susurro—. Es suya. Siempre será suya.
—Ven aquí —masculla, antes de envolverme en un fuerte abrazo—. Te quiero. Lo sabes.
—Yo también, tonto. —Me aparto un paso y señalo su rostro con mi dedo—. ¿Me vas a decir qué hiciste para que el tal Angelo te dejara así?
—Antes muerto —espeta entre dientes.
—¿Tan malo fue?
—Créeme, no quieres saberlo.







