Capítulo 30. Fugitivos

Angelo

Tres días han pasado desde que salí huyendo de casa sin mirar atrás.

Tres malditos días encerrado en este departamento que parece más una celda disfrazada de refugio. El silencio me acompaña como un perro fiel, recordándome cada segundo que soy un extraño en mi propia familia.

«Qué puta ironía», pienso al recordar que me criaron como si fuera suyo; un jodido animal que recogieron en la calle, lo bañaron, lo alimentaron, le compraron juguetes y lo entrenaron con un propósito. Pero nunca me sentí como suyo.

Luka me tolera en contra de su voluntad. Leonardo me trata con pinzas, como si fuera una bomba a punto de estallar… y no se equivoca. He vivido tanto tiempo con este resentimiento atorado en el pecho, que se ha convertido en una granada de mano, y temo que en cualquier momento podría quitar el pasador.

Pero lo que más odio. Lo que más me duele, es la lástima en los ojos de Alina cuando me mira como si no fuera más que un experimento fallido; un juguete roto al que nunca pud
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