Tres meses después, en la Manada Luna Oscura.
En la sala de consejo, llevaba un traje negro de corte preciso. El cabello, recogido en un moño limpio que despejaba la frente.
En estos tres meses volqué toda mi energía en los asuntos de la manada; la Sofía que se humillaba por amor hasta hacerse polvo murió para siempre.
—Sobre la adquisición de la zona minera del Este, considero que…
¡Bum!
La puerta pesada se estrelló contra la pared. El estruendo cortó mi frase. Una figura conocida—y casi irreconocible—irrumpió sorteando a los guerreros Gamma.
Gael.
Había adelgazado. La barba sombreaba la mandíbula; los ojos, inyectados, tenían la furia de una fiera acorralada.
Apenas cruzó el umbral, su mirada se clavó en mí, en la cabecera de la mesa.
Cruzó el salón en tres zancadas y me apretó la muñeca con fuerza suficiente para romper hueso.
—Sofía. Sabía que estabas aquí —su voz sonó descompuesta, obsesiva—. ¿Ya te divertiste? ¿Fingir tu muerte para llamar mi atención? Listo, aquí estoy. Te vas a