“Dos vidas…”
Las dos palabras le estallaron en la cabeza a Gael como un trueno.
Se quedó rígido, con los ojos inyectados de rojo, clavados en el cuerpo cubierto por la sábana. La mente en blanco.
No.
Sofía no podía estar muerta.
Esa mañana—¿no había dicho, con voz rota, que estaba embarazada?
—¡¿Qué tonterías estás diciendo?! —Gael sujetó al sanador por el cuello de la bata, fuera de sí—. ¡Está fingiendo! Revívela. No importa cuánto cueste, no importa qué medicamento haga falta. Tráela de vuelta.
El sanador apenas pudo sostenerse con el jaloneo. Había impotencia en su mirada.
—Alfa… cálmese. La Luna ya no presenta signos vitales. Tenía dos meses de embarazo. Perdió demasiada sangre… y se nos fue la ventana de reanimación.
—Dos meses… —el cuerpo de Gael tembló. Soltó al sanador, retrocedió hasta chocar con la pared fría.
Escuchó, como si viniera de otra vida, aquel grito en el estudio: “¡Gael! ¡Ayúdame! Estoy embarazada”.
No había mentido.
Había sido él quien, con sus manos, dejó morir