Mis palabras le entraron a Gael como un cuchillo al orgullo.
Se le encendió la cara; la vergüenza y la rabia le borraron el último resto de juicio.
—¡Sofía, mentirosa! —bramó—. Estás loca y te vas a casa conmigo para que se te quite.
Me cargó a la cintura, brusco, y giró hacia la puerta.
—¡Atrevido!
—¡Bájela ahora mismo!
Los Guerreros Gamma y los ancianos saltaron de sus asientos. Una docena de hombres lobo lo cercó en segundos.
—¡Quítense! —escupió Gael, con esa posesividad enferma en la mirada—. Es mi compañera. Me la llevo. Nadie me lo impide.
Yo, sobre su hombro, no me alteré. Hablé helada:
—Abre bien los ojos. Estás en Luna Oscura, no en tu Luna de Sangre. Mi padre es el Alfa aquí. Tócame otra vez y verás.
—¿Tu padre es el Alfa de Luna Oscura? —Gael soltó una carcajada despectiva—. Cada día inventas mejor. Una loba sin manada como tú… ¿padre Alfa? Deja el teatro. Das asco.
Hasta ahí llegó mi paciencia.
—Beta, llama a mi padre. Que venga ya —ordené a mi segundo.
—Sí —respondió, y m