Antes de ir al ayuntamiento, mandé a casa un montón de ropa de cama y artículos personales según los gustos de Paloma.
Cuando regresé a la villa, Nicolás estaba en la habitación de ella, intentando ponerle la sabana al colchón, aunque no sabía muy bien cómo hacerlo. Paloma estaba a su lado, mirándolo con una gran sonrisa, y de vez en cuando le limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.
Me quedé quieta un momento y luego me di la vuelta para ir a mi habitación. Nicolás me vio, se paró frente a mí y me habló, con un tono algo molesto:
—Aitana, Paloma es muy estricta con la limpieza. No le gusta que gente que no conoce toque sus cosas personales, así que tuve que ayudarla. No lo mal intérpretes.
Fue un momento amargo. Desde que estaba con Nicolás, yo me encargaba de todas las tareas de la casa. Incluso la noche anterior le dejaba lista la ropa que usaría al siguiente día. Y ahora, él le estaba ayudando a otra mujer a arreglar su cama.
—Lo sé, está bien. Paloma está embarazada, y esas tareas que implican agacharse tienen que hacerlas otra persona —le respondí tranquila, como si nada.
Él se relajó y se inclinó para darme un beso en la frente.
—¿Cómo es que de pronto eres tan comprensiva?
Pareció recordar algo y dijo:
—Por cierto, en un par de días es el cumpleaños de Paloma. Desde que murieron sus padres, nadie le ha hecho una fiesta.
Suspiré. Aunque me repetía una y otra vez que no debía importarme lo mucho que Nicolás cuidaba a Paloma, no podía evitar sentirme incómoda.
Mi cumpleaños también era en esos días. Antes, siempre que yo estaba cumpliendo, Nicolás reservaba un salón, preparaba regalos especiales y me organizaba una gran fiesta. Pero este año, parecía que ni se acordaba. Aun así, asentí y le dije:
—Entiendo. Yo me encargo. Haré todo como a ella le guste.
Se sorprendió un poco, y en sus ojos vi un sentimiento difícil de describir. Antes, por Paloma, habíamos discutido muchas veces. Ahora, que yo misma me ofreciera a organizar su fiesta, eso lo dejó desconcertado. Abrió la boca como para hablar, pero se arrepintió. Al final, lo que dijo fue:
—Hazlo como te parezca mejor. Está embarazada, así que evita los protocolos muy complicados.
Me aguanté esa sensación rara que tenía en el pecho y dije que sí. Su mirada se volvió más suave, como si quisiera volver conmigo a la habitación, pero lo detuve.
—Ve a ver a Paloma. A ella le costará acomodar las cosas sola, mejor ayúdala.
Él me respondió, incómodo:
—¿Tan tranquila estás dejándome con ella a solas?
Antes, si él se acercaba a otra mujer, me ponía celosa. Esta vez, solo dije:
—Claro. Ella es solo tu amiga, ¿no? Es normal que la trates bien.
He vuelto a la vida, y no voy a impedir que él y Paloma pasen tiempo juntos. Nicolás me miró con ternura y sonrió, contento.
—Aitana, por fin entendiste. Paloma ha tenido muy mala suerte, tenemos que cuidarla más. Y no vuelvas a ponerte celosa como antes.
“Así es. Desde ahora no volveré a sentir celos. Incluso voy a dejar que pases todo el tiempo del mundo con ella, para que puedan ser felices juntos“, pensé.
En los dos días siguientes, me dediqué por completo a preparar la fiesta de cumpleaños de Paloma. Desde el diseño y la decoración del lugar hasta la elección de la crema del pastel, yo misma revisé cada detalle.
Incluso mandé a traer unas flores muy caras desde Bosquenegro para el salón: rosas de luna, que hacían que pareciera que estuviéramos en el palacio de un rey.