Eva, con duda y más nerviosa que otra cosa, subió al auto de aquel hombre. Ella sabía que eso era mala idea, pero ante las palabras de Maximiliano, no podía negarse.
Mientras ellos salían del estacionamiento, alguien más los vigilaba, un hombre tomaba varias fotografías, él llevaba una encomienda, pero esto, esto era oro molido sin tener que hacer un esfuerzo.
El viaje era incómodo, Maximiliano conducía y Eva solo podía ver el paisaje a través de la ventana; ninguno de los dos emitía una sola palabra.
Eva se quedó sorprendida cuando Maximiliano detuvo su auto y bajó a una florería, de ahí, el hombre salió con un hermoso ramo de flores, se las entregó a Eva y esta no entendió nada. Minutos después, supo para qué eran, ya que frente a ella estaba un cementerio.
El hombre descendió del auto, rodeó su auto y ayudó a Eva a bajar con las flores, no decía nada y Eva temía preguntar. El lugar era, en sí, bello para ser un cementerio, el pasto era verde y había árboles que daban sombra, per