36. Descontrol

El trayecto a casa fue un infierno. Álvaro conducía a toda velocidad, sus manos aferradas con fuerza al volante, la mandíbula tensa, los nudillos blancos. En varias ocasiones pensé que chocaríamos. El aire dentro del auto estaba cargado de furia contenida y desesperación.

Cuando por fin llegamos, abrí la puerta con torpeza, logrando ponerme de pie a pesar del dolor punzante en mi tobillo. Respiré hondo, intentando calmar el temblor de mis manos. Pero apenas había dado un paso cuando Álvaro se plantó frente a mí, bloqueando mi camino.

—No tenías que haberlo golpeado así… —mi voz salió temblorosa—. Álvaro, por favor, escúchame. No es lo que piensas. Yo te amo…

Su mirada oscura recorrió mi rostro, buscando algo… o quizás confirmando sus peores pensamientos.

—¿Crees que estoy ciego, Emilia? ¿Crees que soy tonto? —su voz era baja, grave, con un filo peligroso—. ¡Te vi! ¡Estaban besándose!

—No fue así, él me besó… Yo no… —intenté explicarle, pero él soltó una risa amarga.

—Por eso lo golpeé
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